jueves, 4 de octubre de 2012

Tomo VIII - La senda circular

- ...(ro)mper reglas... - se dijo a sí mismo, y su propia voz lo sobresaltó. Había hablado, en voz alta. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su propia voz, no así, como si fuera suya. Otros la habían usado, trató de no pensar en eso. Intentó asirse de su pensamiento anterior. "... salir de la senda circular... romper las reglas". Eso era. Sintió que algo volvía a su lugar, algo que había estado dislocado por mucho tiempo. Sacudió la cabeza para sacarse el pelo de la cara y se dio cuenta de que estaba empapado. Estaba temblando de frío.

No podía distinguir nada en la penumbra y la bruma, más que la empañada luna amarillenta. Escuchó el rugido del mar y su piel volvió a erizarse. Caminó intencionalmente hacia el lado contrario, impelido por una urgencia que no podía explicar.

Luego de un tiempo de avanzar, minutos, horas, la arena se transformó en rocas, las rocas en tierra, la tierra en hierba, la hierba en un camino. Pudo distinguir luces en la lejanía. La idea del calor y el sustento lo impulsaron a seguir adelante. Su estómago rugió con fuerza, estaba famélico.

Al abrir la puerta, las luces y el bullicio de la taberna lo aturdieron momentaneamente. Pero este último no tardó en apagarse. Cuando su vista pudo acostumbrarse a la luz nuevamente, vio que todos lo estaban observando con detenimiento.

- ¿Qué te ha ocurrido, muchacho? - dijo la que debía ser la tabernera. Dos matas desprolijas de pelo negro y grasiento caían a ambos lados de su cara rechoncha. Sus senos bailaban sobre el corset como dos fofas aguavivas en un balde mientras se acercaba hacia él taconeando con sus cortas piernas.

- ... el mar... - comenzó a decir - ... el barco... - como si intentara disipar la niebla que todavía nublaba sus pensamientos.

- ¡Un náufrago! - exclamó un parroquiano sin quitar la pipa de su boca. El bullicio se desató nuevamente, y su voz no tuvo suficiente fuerza como para emitir ningún otro sonido.

Como una bestia de carga, sin oponer resistencia, fue dirigido a otra habitación, desnudado, vestido nuevamente, abrigado, acercado a un fuego y puesto frente a un plato humeante de sopa. Sabía que debía hacer (o decir) algo, pero la iniciativa lo había abandonado. Otra dama, la del colorete y la toca rubia, tomó con paciencia su mano que aferraba estúpidamente la cuchara y le hizo llevarla a sus labios. Como si eso bastara para ponerlo en marcha, el movimiento mecánico siguió por sí solo. La sopa le calentó las entrañas. Era la mejor sensación que había tenido en mucho tiempo.

Esa noche durmió sin sueños. Y eso fue lo segundo mejor que le había pasado en años.

Permaneció durante todo el día en la cama, observando vacuamente los rayos del sol por la ventana y escuchando los amortiguados ruidos del trajín cotidiano a través de su puerta. Tuvo comida caliente, pero por más que sabía que debía decir algo a quien se la traía, no podía más que asentir levemente con la cabeza, con vergüenza. Mirar a otra persona a los ojos parecía en este momento una hazaña impensable. No hubieron preguntas ni diálogo, y agradeció eso tanto o más que la comida.

La noche lo despertó de un sobresalto. Afuera todo era bruma y oscuridad. Temblaba con un sudor frío. Se levantó conjurando todas sus fuerzas en lo que le pareció un esfuerzo sobrehumano y se acercó hacia los tizones rojos cubiertos de ceniza que quedaban en la chimenea. Se agachó y comenzó a apilar algunos leños, que pronto comenzaron a lamerse con unas tímidas llamas. El fuego lo tranquilizó. Despertó al alba, en el suelo, junto a las cenizas del hogar.


- ¡Sheila! ¡Mira quién se ha levantado! - exclamó la tabernera al verlo aparecer por el umbral. Caminaba con lentitud, pero con firmeza. Se había aseado. Era esbelto, de pelo negro y quijada fuerte. Sheila acarició un bucle rojo y le sonrió. Tenía hoyuelos en ambas mejillas, pero algo en su mirada dejaba translucir muy poca inocencia.
- Sientate, junto a mi, marinero. No muerdo... generalmente... - le dijo con una risita.
- ¿Cómo te llamas, guapo? - dijo la otra dejando de pretender que limpiaba las gastadas copas. - ¿tienes un nombre?
- Ardaiyu - respondió como si él mismo se estuviera enterando en ese mismo momento. - Gracias por... - buscó la palabra - cuidar de mí...
- ¡No es nada, guapo! - dijo la tabernera, riendo. - Las chicas se han peleado por llevar la bandeja con tu comida... mira, estas han hecho una apuesta para ver q...
- ¡Cht! - la calló la otra mientras le golpeaba el fofo brazo con el dorso de la mano. - ¡Deja de aturdirlo con tu boca floja! - y suavizando su voz agregó con tono sensual - Dime, marinero, ¿de dónde eres?
Ardaiyu se detuvo un momento. Hacía tiempo que no pensaba en eso. Recordó la planicie roja, el pasto seco, el hulular del viento, las galeras negras, los rubíes. Una biblioteca con paredes de piedra turquesa, y símbolos antiguos, bajo una estrella que se está apagando.
- Celephaïs, junto a la costa de Ooth-Nargai, frente a la ciudad de Ceranian, donde el cielo encuentra al horizonte - respondió. Y recordó perfectamente porqué estaba aquí.

- Él es el soñador, y nosotros el sueño - dijo el Gurushi Matzaná Baaba Drumaguptra dejando caer al suelo el rollo de parra y trigo burgol en que consistía todo su diario sustento. Las hierbas de oración les hacían rugir el estómago, pero sin embargo, ninguno de sus discípulos se atrevió a recogerlo.


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En nuestra próxima y apasionante entrega de esta épica aventura de bíblicas proporciones, alguno de los otros 4 pusilánimes escritores se deja de joder y se digna a seguir con el maldito relato. ¿O es que debería escribirme algún otro PUTO capítulo?

¡Sigan sintonizados en este mismo blog para más revelaciones mesiánicas, pícaras damiselas, cojonudos hombres de ciencia, vapor, hongos y tentáculos gelatinosos intentando invadir nuestro frágil universo!

sábado, 22 de septiembre de 2012

Interludio musical

Mira los hijos
de la pérfida Albion
alejando el mundo
a punta de cañón.

Los más elegantes.
Los más distinguidos.
Siempre llevan guantes
los grandes asesinos.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Interludio: retazos


En el puerto la bruma avanza, ocultando la luna tras tintes rojizos. Desde una oscura tabrerna, se oye la gastada canción de un fonógrafo:

"…. tu peeeeelo es seeeeedaaaaa
del color de las aaaaalgaaaaas
mi amoooor
surcaría el aaaancho maaaar
por tus oooojos azuuuuleees
mi amoooor
y tu sonriiiisa es espuuuuumaaa
de una-antiiiigua mareeeeeaaaa
mi amoooor
que yaaaaace en el maaaaaar…"


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|               ¡NUEVO! TÓNICO REVITALIZANTE 
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|               <8=    L'ELIXIR DE R'LYE(*)      =8>
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|               NADA RESISTIRÁ SU ENCANTO
|               RENUEVE EL ANTIGUO VIGOR
|               DESPIERTE LA PASIÓN DORMIDA
|               
| (*) Inofensivo si es utilizado de acuerdo con las instrucciones.
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miércoles, 22 de agosto de 2012

Tomo VII - Mi monóculo izquierdo

Todos nos encontrábamos abatidos mientras el carruaje surcaba las brumosas calles londinenses como un navío etéreo. El día había sido largo, y lo que habíamos experimentado después, evadía todo intento racional de ser situado en un tiempo, o peor aún para mi rigurosa mente de ciencias, en un espacio.

- Leng - dije casi para mi mismo y luego en voz alta: - Usted llamó al desierto el país de Leng.

Azblanazi, que rumiaba sus propios pensamientos, despertó de sus cavilaciones.

- Ciertamente, Ser.

- Pero verá usted, Profesor. Los mitos ubican Leng en el Asia Central... eso es a medio mundo de distancia de nuestra amada Albión... ¿cómo explica usted eso?

Azblanazi tomó su tiempo en responder, como si sopesara en su mente lo que podía o no decirme. El agente Smith levantó la cabeza, miró con aire estúpido a su alrededor y cuando reconoció su paradero volvió a dormirse contra el respaldo de cuero negro. El tratamiento mesmérico lo había agotado.

- Lo que ha visto no es nada, - me dijo Azblanazi repentinamente. - Esa puerta es sólo una muestra de los desesperantes límites en que se halla sumido nuestro infantil conocimiento de las terribles fuerzas con las que nos enfrentamos... Una vez que lleguemos a mi despacho le mostraré documentos, documentos confeccionados con la más rigurosa veracidad científica, Ser, que pondrán sus pelos de punta... Toda Britania está convencida de que la guerra del Báltico se libró contra las huestes del Zar Alejandro, y en gran parte ese fue el velo perfecto. El estruendo de los cañones tapó el chirrido de otra maquinaria infinitamente más espeluznante. La verdad, Ser, es demasiado frágil como para ser de público conocimiento.

Observé el libro en mis manos que venía aferrando como si se tratara del más profano tesoro, y surqué con la yema de mis dedos el rostro irreconocible de una piel que, ahora estaba seguro, había sido humana una vez. En otra situación, hubiera desestimado la vehemencia del Profesor como charlatanería. Pero ahora, luego de las experiencias vividas, había en mi intelecto una rendija. Un resquicio de duda, suficiente espacio como para desgarrarse bajo la presión adecuada y dejar caer la gruesa cortina que había considerado hasta ahora el valuarte impenetrable de la razón. Había cosas en el mundo que nuestro conocimiento no podría llegar a captar, así como la copa de cristal no puede pretender contener el océano sin hacerse añicos al instante. Lo que había visto, había sido suficiente como para cambiar mi percepción de ese modelo endeble que llamamos "realidad". Comprendí que Azblanazi nos estaba reclutando, pero lejos de resistirme me amoldé de inmediato a mi nuevo Ego. Mi nueva identidad no declarada. Esta claridad y mi firme decisión, sin embargo, no pudieron prepararme para lo que ocurriría luego.

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Intentaré describir los eventos de esa noche de la forma más fidedigna posible. Si es que hay algo de fidedigno para la vigilia en los filamentos que tejen los sueños. Sí, ahora lo comprendo. Los sueños son la cárcel en que nuestra mente encierra aquellas verdades que nuestra cordura no podría soportar. Los horrores que se filtran ante el ojo de nuestra razón, a plena luz del día. Aunque para detrimento de mi propia cordura, puedo asegurar que los eventos de esa noche no fueron bajo ningún aspecto de materia onírica, sino tan reales como el papel y la tinta que tienen ahora entre sus manos. Los describiré ahora, aunque la sola evocación de estos recuerdos me agobie, ya que temo que en un tiempo mi mente haya cicatrizado y su sola insinuación se encuentre sepultada bajo decenas de estratos más mundanos y menos perturbadores.

Llegamos ante las puertas de la Străjer Manor, la mansión londinense del Profesor Azblanazi. Dos grotescas cabezas de bronce incrustadas en el ébano negro ahuyentaban con su sordo grito a los espíritus malignos que quisieran ingresar a la morada. Una superstición irónicamente inútil, ahora que lo pienso. El mayordomo mecánico nos recibió cortésmente, pero a partir de que pusimos un pié en la mansión todo comenzó a... ¿borronearse? Como si hubiéramos sido inducidos de a poco en el efecto de un potente narcótico. No recuerdo cómo llegamos al estudio, pero lo cierto es que una vez ahí todo ocurrió... no podría decir "rápido", ya que el tiempo nuevamente no parece jugar un factor importante o mensurable en estos acontecimientos. A falta de una mejor forma de describirlo (y van a tener que disculpar de ahora en adelante mis metáforas) ocurrió con la cadencia de una avalancha de lodo, una masa hirviente e irrefrenable, que de forma elástica e imperturbable no puede ser desviada ni detenida.

En la habitación nos esperaba algo, o alguien. Nunca lo sabré con claridad. Disculpen si doy rodeos pero mi propia razón se resiste a relatar estos acontecimientos y me hunde en metáforas y detalles inocuos cuando intento describirlos. En el estudio cubierto de libros, en un sillón de cuero rojo y frente a una charola de plata con una taza, una tetera de porcelana china y bizcochos recién horneados, nos esperaba ESO. Al ponerse de pié, su apariencia humana comenzó a desgranarse con cada lento pero inexorable paso que daba hacia nosotros, como una máscara reseca que se descascara con el viento. No puedo siquiera describir el terror que me embargó en ese instante. No. Mi intento por describir sólo la sensación ya me comienza a provocar palpitaciones, aún ahora, mientras escribo estas palabras. Trataré de apelar a mi intelecto en lugar de mis recuerdos. Su rostro era como un vacío inefable, un pozo sin fin, del que emanaba... ¿Humo? Sí, esa es la palabra que decidí que usaría. Pero esa sustancia vomitiva haría ver al humo como el más noble mármol por comparación. Y más que emanar creo que debería usar la palabra "desplegar". Su figura se iba desdoblando ante nuestros ojos, al mismo tiempo que avanzaba, y describiendo órbitas demenciales en las volutas y los remolinos podían distinguirse un millar de facciones agonizantes de criaturas no humanas que harían palidecer a cualquier escultor renacentista...

Tengo la firme convicción de que ni mi corazón ni mi razón hubieran soportado el más leve contacto con ese... horror... de proporciones inconmensurables para la razón humana. Y no estaría en este momento escribiendo este relato si no fuera por el Profesor Azblanazi, a quien honra todo Albión le debe, más como todo verdadero héroe él lo disimula en silencio. Me pregunto ahora cuantas otras veces  habremos estado al borde de tan inminente peligro... Pero ya desvarío nuevamente. Disculpen mis intentos por evitar otra vez describir los acontecimientos con la rigurosidad que se merecen.

Debo volver atrás en mi relato, pues mi mente, como polilla a la llama, me dirige hacia los recuerdos que forjaron mi liberación. Detrás del monóculo de Azblanazi ya brillaba el rojo profundo de la moderna caldera de vapor aún antes de entrar a la fatídica recámara. Ahora lo reconozco. Sí. En eso mi mente no me engaña. Azblanazi sabía lo que enfrentaríamos antes de atravesar el umbral, antes de morder el anzuelo de esa trampa mortal. Su bastón mutaba mientras caminábamos, emitiendo pitidos, rechinando engranajes y reacomodando placas hasta tomar la forma de un violín de aspecto demencial. Con el primer paso de... eso... el arco en su mano prostética emitió el primer ataque al instrumento, extrayendo de sus profusiones vaporosas una cacofonía indescriptible de coros, silbidos, rasguidos, vibraciones y engranajes que bien podrían haber sido todas las orquestas y fábricas de la gloriosa Albion en simultáneo... Mi limitado cerebro no me permite ahora (ni me permitió entonces) poder describir las melodías, pero puedo asegurar que intentar recordar una de ellas sería como tratar de describir con un sólo hilo el gran tapiz persa que viste la recepción del Palacio Real.

Mientras la ¿criatura? avanzaba, la melodía crecía, tanto en intensidad como en complejidad. Luego de unos ¿segundos? Smith yacía en el piso inconsciente. Como si esa fuera la única respuesta posible ante tal desmesurado ataque a los sentidos, emprender con premura la retirada y refugiarse en la nada. No puedo precisar el momento en que perdí la consciencia, pero sí puedo decir que no fue ni un minuto más tarde de lo que hubiera deseado...

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Desperté en ese mismo estudio, con mi cabeza a punto de estallar. El mayordomo mecánico me acercó una taza de té que rechacé con asco. Sentí que podía vomitar hasta darme vuelta como un guante, expeliendo mis entrañas con violencia.

- Tome la infusión -. Era la voz del Profesor. - Son hierbas curativas del Perú. Lo ayudarán a reponerse de su malestar.

Forcé un trago de la sustancia contra mi voluntad, había algo en la voz de Azblanazi que hacía que confiara en él ciegamente, aún más que en mi mismo. Retuve la arcada y el segundo sorbo fue, para mi sorpresa, bastante menos tortuoso.

El agente Smith se encontraba sentado en otro sillón, la mirada perdida en el infinito, la taza de té todavía humeante en su mano. Estuvimos así largo rato, no podría decir con exactitud cuanto, pero bastante cercano a la hora (el tiempo había cobrado sentido nuevamente). Cuando las náuseas cedieron,  terminé de incorporarme y Azblanazi habló nuevamente. No hacía falta vocalizar las preguntas que todos nos estábamos formulando.

- El... visitante... se presentó ante Engranes como "Azathoth". Una declaración bastante ominosa, por cierto, porque si realmente el Dios ciego hubiera despertado por completo, el mundo como lo conocemos habría dejado de existir en un instante... No. Tomemos ese nombre como una terrible advertencia. Eso que vieron, señores, eso no era más que la punta de la uña del dedo meñique del verdadero HORROR que amenaza nuestro mundo... Un breve parpadeo de la maldad milenaria y el terrible propósito que no tiene más objetivo que la completa y total destrucción de todo lo que conocemos. Las barreras que separan este mundo y otros se han debilitado hasta ser extremadamente frágiles, permeables, podríamos decir. Nos enfrentamos a una fuerza contra la que estamos en una abrumadora situación de desigualdad...

Azblanazi interceptó mi siguiente pregunta antes de que la formule.

- Ante estas fuerzas tan ominosas, me temo, no tenemos ningún prospecto de victoria. No más que el de una docena de hormigas contra el terrible Leviatán... Sin embargo, el pasaje de estos terrores a nuestro mundo no es un hecho fortuito. No. Existen agentes en este mundo, nuestro mundo, que están facilitando estos intercambios. Atrayendo. Abriendo rendijas. Fortaleciendo. Despertando... La destrucción de esos agentes, Señores, contra los que sí nos hallamos en igualdad de condiciones, es de suma importancia y nuestra única esperanza de prevalecer. El Culto está más activo que nunca, y es el momento de erradicarlo por completo, o perecer.

- Pero si estas son las armas del enemigo, ni el Scotland Yard posee medios para enfrentar lo que hemos visto - dijo el agente Smith, que había permanecido en cuasi-shock desde el episodio del Museo. Ahora parecía haberse espabilado.

- No, - respondió Azblanazi. - Pero hay otros que sí. Engranes, - agregó y todos miramos al hombre de hojalata - ¿qué opinión te merece Sah Azathoth?

- Un hombre reservado, Masa. Todavía no comprendo porqué se retiró de forma tan apresurada.

Todos observamos con cierta incredulidad, pero comprendiendo al instante. Volví a mirar a Azblanazi, su monóculo izquierdo, su mano prostética... Ahora comprendía la verdadera razón de sus prótesis de vapor. Azblanazi no había sufrido un accidente, la humanidad había sufrido un accidente, y Azblanazi había decidido sacrificar parte suya para salvarla. Su entrega me hizo sentir admiración y vergüenza.

- ¿Y ahora? - añadí. Azblanazi sonrió. No hacía falta hacer nuestro juramento en voz alta. Ya estaba pronunciado.

- Hay mucha información en mi biblioteca, Ser. Información recopilada de mis últimas campañas. Documentos realmente antiguos que sólo usted podría llegar a descifrar. No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a tales horrores, y la historia puede enseñarnos algo. Ygghador resultó ser un fiasco, pero no es nuestra última esperanza. Ahora que hemos presenciado el horror en carne propia, conozco una persona que debe ayudarnos. Aunque debamos primero dejar de lado nuestras rencillas personales... Ser Charles Babbage.

- ¡Masa Babbage! - exclamó Engranes.

- Creí que nunca iba a decir esto - dijo el agente Smith taciturno - pero hay una tercera fuerza que no debemos menospreciar. Juré nunca hablar de esto, pero la situación lo amerita. Yo he visto con mis propios ojos y puedo conducirnos al Gurushi Matzaná Baaba Drumaguptra, el Gran Vegano, Sabio de los Recicladores, Maestro de los Equilibrios Naturales, Sagrado Tantra del Chacra del Ojo Tuerto del Buddha.

- ¿Aquí en Londres? - pregunté casi sin pensar.

- No - respondió gravemente - En la comunidad secreta de Shangri-Lawn, en lo profundo de los Himalayas...

Tanto Azblanazi como yo lo miramos con un dejo de condescendencia, y otro de incredulidad.

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Nuestro equipo de salvadores de la humanidad, guerreros de la esperanza, seductores de doncellas y domadores de horrores cósmicos, sigue su apasionante aventura en nuestro próximo episodio denominado:

Tomo VIII-a - "El camino de la sabiduría": donde Ser Higgs rescata de una oscura ceremonia cultista a una damisela cuyos atributos podrían poner en jaque a los más abyectos horrores dimensionales.

Tomo VIII-b - "El camino de la ciencia": donde el Profesor Azblanazi descubre que Ser Charles Babbage, el renombrado Mecanicista Imperial, está un poco más loco que la dosis imperial diaria recomendada.

Tomo VIII-c - "Yo camino el camino del Camino, y ahora todos caminemos por el mismo camino": donde Smith arrastra a todos los personajes a una aventura en los Himalayas, en un viaje de iluminación, hongos, fiestas rave y ecología.

domingo, 19 de agosto de 2012

Tomo VI - Interludio, o "El hombre de hojalata"

Bienvenido a Străjer Manor, sah. Me sorprendió usted. ¡Oh, no se disculpe usted! Sólo me temo que masa Azblanazi no esperaba visitas y tardará en regresar. Espero que no le sea inconveniente esperar en la salón. A lo sumo será una hora, ¡ya verá usted! Puede encender una pipa si lo desea; masa cuenta con el mejor tabaco.

Disculpe; ya veo que no fuma usted.

No le inquieta mi aspecto, ¿verdad? Espero no ser el primer hombre mecánico con el que se encuentra. ¡Válgame el Gran Relojero! Alguna gente se impresiona fácilmente, y me han comentado que hay incluso quienes peticionan a Su Majestad para que prohíba totalmente nuestra fabricación. ¿Le interesa acaso el tema? Si no le molesta a usted, sah, podría contarle mi historia, para pasar el rato mientras espera a mi amo.

Soy un Hombre Mecánico Modelo II. Fui fabricado por Charles Babbage y activado en la planta de fabricación de Artificios y Hombres Mecánicos del Colegio Imperial, el 12 de enero de 1892. Mi instructora fue Lady Lovelace, y me enseñó a cantar una canción. ¿Desea escucharla?

¿No contesta usted? No importa; tal vez luego. No voy a perder mi mente por esto.

Seguramente habrá visto usted mendigos mecánicos por las calles de Londres. Son el Modelo I, que apenas pueden considerarse autónomos, y poco más que chapuceras máquinas de recolectar peniques. Sabrá disculparme si me enorgullezco de ser un Modelo II. ¡Fuerte como un león e inteligente como un hombre! Sin embargo, verá usted, es completamente innecesario temernos. Los autómatas estamos construidos de forma que jamás podríamos dañar o, por inacción, permitir que se cause daño a seres humanos. El pensamiento mismo de – por ejemplo – causarle a usted algún daño, hace... hace rechinar mis engranajes. Aunque tal vez sea falta de grasa, ja-ja. Masa Babbage me explicó que el delicado mecanismo de relojería, resortes y válvulas que forman mi mente simplemente no permite tales pensamientos. Nuestro peor error ocurre cuando, ocasionalmente, consideramos "humano" a otro autómata o incluso a alguna mascota confianzuda; tal es el exceso de celo de nuestro creador para evitar accidentes. ¡Así que no tema usted!

Masa Babbage dice que – oh, pero siempre lo olvido: detesta que le diga masa e insiste en que lo llame Charles. Encuentra extremadamente irritante la actual afectación de la aristocracia por emplear sirvientes exóticos, y no fue sino por necesidad que tuvo que venderme al Profesor Azblanazi, a quien detesta cordialmente. Seguramente sabrá usted entenderme cuando menciono la cuestión "exótica"; he notado que no es usted inglés, ni blanco. Espero que no le incomode mi mención del tema. Quiero que sepa que no considero un defecto el color de su piel.

¿No se ha ofendido, verdad? Bien. Prosigo:

Mi padre, Charles Babbage, dice que lejos de ser un peligro, los hombres mecánicos somos la gran esperanza de la humanidad. Así nos llama, ¡Gran Relojero! "La gran esperanza". Dice que fuerzas terribles de allende el cosmos acechan a los hombres, criaturas espeluznantes que odian nuestro mundo y ante cuya mera presencia los hombres empalidecen y pierden la cordura. Pero, verá, precisamente aquí está la gran ventaja que tenemos los autómatas: no tenemos cordura que perder. Y en cambio, nuestra fuerza es prodigiosa e inagotable – mientras se nos de cuerda, claro está.

Creo que, pese al mutuo desagrado que se tienen masa Azblanazi y mi padre Charles, ambos comparten la misma visión: proteger a la humanidad. Ahora mismo Azblanazi debe estar en su club de Gentiles Caballeros, una sociedad cuyo objetivo es fomentar la Ciencia y proteger a la humanidad de los horrores que la acechan. Una sociedad masónica, dicen los rumores, y debo confesarle que pienso lo mismo. Excepto que no sé qué es "masónica". El Profesor no me explica estas cosas.

No se impaciente usted; masa Azblanazi debe estar por llegar. Estoy hablando hasta por los codos, ¡ja-ja! El Profesor diría que necesito un ajuste. En cambio, no habla usted casi nada. No lo culpo.

¿Tal vez desea un té? ¿No? ¿No toman infusiones en su país? Descuide, yo tampoco bebo nada. Apenas necesito cuerda una vez por semana, y aceite en mis engranajes ocasionalmente.

Comentábale sobre el Profesor Azblanazi, sah. A mi amo le ha disgustado enterarse sobre la terrible suerte de la Expedición Willmoore a las cuevas Ygghador en Islandia. Creo que masa esperaba que la expedición encontrara algo importante, tal vez un artefacto, que resultara útil para la defensa que organiza contra los poderes de otros universos. Oh, descuide, estoy seguro que el Profesor cuenta con planes alternativos. ¡Es muy inteligente!

Aguarde un momento, sah, creo que escucho algo...

¡Al fin! Me complace informarle que su espera ha terminado. Escucho el carruaje del Profesor sobre el empedrado. Será una agradable sorpresa para él si lo espera usted en su estudio. Tan solo, a fin de anunciarlo, necesitaría que me recuerde su nombre, señor...

... ¿Azathoth?


La horrible magnitud de un cosmos hostil amenaza con fracturar nuestras frágiles mentes en el próximo episodio:

Tomo VII-a — "Los tres terrores": Donde tres seres extraños con terribles intenciones hacen su aparición y se descubren con horror los responsables de los crímenes del East End.

Tomo VII-b — "Mi horror favorito": Donde la misteriosa puerta descubierta en el Tomo V ("Transbritania") comunica con un lugar donde inimaginables horrores son realidad, Butch cruza el umbral y Smith corre a buscarlo. El destino hace que Azblanazi deba revelar su relación con el caso para que el agente sobreviva.

Tomo VII-c — "Mi monóculo izquierdo": Donde las modificaciones protéticas del profesor Azblanazi salvan el día y se revela el origen de las mismas.

sábado, 28 de julio de 2012

Tomo V - Transbritania

When priests are more in word than matter;
When brewers mar their malt with water;
When nobles are their tailors’ tutors;
No heretics burn’d, but wenches’ suitors;
When every case in law is right;
No squire in debt, nor no poor knight;
When slanders do not live in tongues;
Nor cutpurses come not to throngs;
When usurers tell their gold i’ the field;
And bawds and whores do churches build;
Then shall the realm of Albion
Come to great confusion:
Then comes the time, who lives to see’t,
That going shall be us’d with feet.

— William Shakespeare

Despierto, de forma dolorosa, recostado sobre una mesa. Mesmerismo. Mas bien electrocución, gracias a la metálica mano del profesor Azblanazi. Reconozco el techo del museo y un olor fétido golpea mi nariz. El joven oficial está a mi lado, atontado, con manchas de barro y verdín en la cara. Nuevamente en shock, pero por un motivo diferente. Como un fogonazo, la imagen del libro volando hacia mi rostro golpea mi mente.

Me incorporo. Siento la sangre seca en mi cara.

—Insisto, deberíamos llevarlos a un hospital —la voz de Ser Higgs a mis espaldas.

—La medicina no puede hacer nada por este joven. —El profesor Azblanazi, frente a mi, señalando al joven oficial.— ¿Ya se olvidó de Ser Roger?

El profesor adivina mi primer pensamiento. —¿Cómo llegué aquí? ¿Qué sucedió?— Me pone al tanto de lo que parece haber sido una cacería humana, junto a mi perro mecánico, requerida para que el joven oficial esté en este momento aquí. Luego de atravesar la ventana continuó corriendo a todo vapor, seguido por Butch. Afortunadamente el joven se quedó sin cuerda antes que mi cuadrúpedo amigo y Ser Higgs pudo encontrarlo, desparramado en un zanjón, gracias al can. Azblanazi convenció a Ser Higgs de traernos al museo sin recurrir a las autoridades. Ser Higgs parece debatirse entre lo que le dicta la razón y los argumentos del profesor.

El profesor encontró ciertas coincidencias entre las primeras páginas del fatídico libro y unos planos o esquemas que pertenecían a un tal Reginald Pitts. Y asegura que nunca se hubiera imaginado que unos dibujos, por aberrantes que sean, podrían tener el efecto devastador que vieron en el joven oficial. Lo que no explica porqué decidió mostrárselos en ese momento. Ser Higgs coincide con Azblanazi en que existe una indescriptible similitud entre los esquemas y parece aceptar las excusas del profesor, al menos hasta tener una mejor explicación. La tranquilidad de Ser Higgs es lo único que me frena de golpear al profesor por lo que le hizo al pobre joven. ¿Qué le hizo? ¿Volverá a ser el mismo? ¿Quién es Ser Roger y cuál es su relación con lo sucedido al joven oficial?

El caso no deja de ponerse interesante, por decirlo de alguna manera, y acaba de crecer de forma más que inesperada. ¿Tendrá todo esto que ver con el interés de la Special Branch? ¿Qué más no nos han dicho? ¿Por qué motivo nos habrán involucrado? ¿Crímenes horribles? ¿Escritura indecifrable? ¿Libros enloquecedores? Esto claramente supera a Scotland Yard.

Ser Higgs y el enigmático profesor Azblanazi me convencen de continuar con la investigación aquí.

—Lo primero es averiguar el origen del libro —comienza Ser Higgs, una vez higienizado y remendado.

—Perteneció a un tal Duc de L'Isle —comento, como si lo supiera desde siempre.

—¿Y usted cómo lo sabe? —pregunta intrigado.

—Lo dice ahí, en la primera página —señalando con la mano, como con desdén. O miedo de que me la muerda un perro imaginario. Un escalofrío recorre mi espalda.

—Un joven francés, amante de los juguetes. —Azblanazi se adelanta a Ser Higgs, dejándolo con la boca abierta.— Y eso es todo lo que sé de ese nombre. Ahórrense las preguntas.

—A pesar del color parece estar encuadernado en piel. —Cambia el foco Ser Higgs.— Tiene la textura de la piel humana.

—Pero no lo es, —acota el profesor Azblanazi— por la posición de lo que parecen ser los ojos, no se parece a nada que conozcamos.

—Por la cantidad de pequeñas perforaciones, diría que fue eso lo que lo mató. —Continúa Ser Higgs.

—No lo creo, —retruca Azblanazi— parecen cicatrices, como si las hubiera tenido desde temprana edad. ¿Qué significan esos símbolos en la portada, Ser Higgs?

Lmarchnd Ph'lip. Nada que conozca, tal vez un nombre propio.

—¿No le recuerda otro arábigo libro?

—¿Un libro apócrifo de un libro apócrifo? Ahora que lo menciona, sí. Creí que sólo el libro de Abdul Alhazred era capaz de generarme esta incómoda y desagradable sensación al mirarlo. Supuestamente el libro es más antiguo que las Máquinas Mecánicas de Anthykera. Pero habla de tecnologías que harían palidecer la más modernas maravillas del imperio. Se atreve a hablar de imposibles máquinas sin engranajes, ni vapor, y otras pamplinas.

—Con todos nuestros avances en ciencia y tecnología y hay personas incapaces de distinguir entre una tecnología avanzada y la más pura charlatanería. —Agrega Azblanazi.

—Tomaré una muestra de la piel para hacer una prueba de Carbono-14.

—¿Eso no requiere de un laboratorio? —pregunto.

—Afortunadamente aquí tengo todo lo que necesito, el museo tiene que estar preparado para desenmascarar a los charlatanes y datar con la máxima precisión los hallazgos. Tenemos un balancín neumático capaz de hacer añicos el átomo más duro. 10 órdenes de magnitud más preciso y potente que el utilizado en la fabricación de cerveza.

—Pensar que alguna vez la cerveza no tuvo burbujas ni espuma. Ahora parece inimaginable. —Piensa en voz alta Azblanazi.

—¿Qué más puede decirnos del contenido del libro, Ser Higgs?

—Habla de un Trapezoedro Resplandeciente, un misterioso artilugio presente en la obra del árabe loco, supuestamente capaz de abrir una puerta a otro mundo.

—¿Estamos ante una traducción del libro de Alhazred? —Pregunta Azblanazi

—No, Alhazred describe el Trapezoedro como una caja oval, como un retrato. Este Trapezoedro es cúbico, compuesto por 27 cubos idénticos más pequeños.

—¿Ni geometría básica se puede esperar de estos salvajes?

—¿Será esta caja? —Azblanazi, mostrando un cubo metálico del tamaño de la palma de su mano. Cada cara del cubo dividida en nueve cuadrados menores. Seis colores, cinco tonos metálicos, desde la plata hasta el cobre. Y el más oscuro negro que jamás haya visto, si se me permite la redundante expresión. Al mirarlo directamente parecía tragarse la luz de toda la habitación.

Butch se reactiva y parece inquieto.

—Tranquilo amigo. —Digo, como si hablara a un niño.— ¿De dónde sacó ese cubo?

—De una mano del occiso oriental. Creo entender cómo funciona. —El profesor toma el cubo con ambas manos y comienza a moverlas sobre él. Las manos se mueven pero el cubo permanece intacto. Veo los cuadrados de colores moverse de una cara a la siguiente, en filas de tres.

—Listo. —Y nos muestra un cubo con caras lisas, de un solo color por cara y sin divisiones. Tiene una belleza fascinante y repulsiva al mismo tiempo.

Un viento fuerte interrumpe mis pensamientos, como si se hubiera abierto una ventana detrás de Azblanazi y se acercase la tormenta más violenta. Con un golpe seco se cierra el libro sobre la mesa. Parte de la pared que se encuentra detrás del profesor es reemplazada por una imagen que jamás podré olvidar. Imagen que Ser Higgs parece reconocer.

Butch corre.

Azblanazi sonríe.

No sé qué está sucediendo y no tengo palabras para describirlo.


En nuestro aterrador próximo episodio:

Tomo VI-a — "Los tres terrores": Donde tres seres extraños con terribles intenciones hacen su aparición y se descubren con horror los responsables de los crímenes del East End.

Tomo VI-b — "Mi horror favorito": Donde la misteriosa puerta comunica con un lugar donde inimaginables horrores son realidad, Butch cruza el umbral y Smith corre a buscarlo. El destino hace que Azblanazi deba revelar su relación con el caso para que el agente sobreviva.

Tomo VI-c — "Mi monóculo izquierdo": Donde las modificaciones protéticas del profesor Azblanazi salvan el día y se revela el origen de las mismas.