viernes, 20 de julio de 2012

Tomo III - Una noche en el museo




No debí haber examinado los papeles del desdichado Thomas Scott tan adentrada la noche. El contenido fantástico de esas notas me afectó de sobremanera. Tuve un sueño inquieto y mayormente superficial; en contadas ocasiones logró Morfeo cogerme firmemente en sus brazos, que se sentían más bien como garras que hacían jirones mi piel. No puedo describir algunas de las imágenes que me atormentaron durante esa noche.

La luz del alba trajo claridad a mi mente y sosiego a mi espíritu (pero, ay, no sospechaba entonces lo que todavía habría de suceder). Se me había hecho evidente que la infausta expedición de mi apreciado Roger Willmoore había tenido el dramático desenlace que adivinábamos producto de la intoxicación accidental con algún poderoso alcaloide. Un caso extremo de ergotismo, tal vez: esto explicaba sin duda el "calor frío", el terror alucinatorio, incluso, es posible, algunas de las mutilaciones. El tal Matthews puede haber observado algo extraño en el pan de centeno que el grupo consumía y por ello insistía en volver antes de tiempo; claro que ya era demasiado tarde para los pobres diablos. No permití que los horrorosos detalles del caso empañaran la satisfacción de un misterio develado.

Me dirigí al salón, donde me aguardaba la bandeja con el desayuno, preparado por mi fiel Hafiz. Al sentarme en mi sillón, un sistema de poleas y contrapesos por demás ingenioso (no creo que peque de vanidad si lo describo de esta forma) me sirvió una tasa de té de camomila, mi favorito. Junto a mi ejemplar del Morning Post encontré una pequeña tarjeta: el profesor Azblanazi me hacía saber que me buscaría esa tarde en mi oficina del Museo Trans-Británico pues tenía "enigmáticas noticias" para compartir conmigo. No puedo decir que me alegrara la idea de reencontrarme con este personaje extraño y acaso aciago.

Era una mañana fría y clara de invierno, ideal para caminar hasta el Museo, y yo ahora me encontraba de excelente humor (si acaso hubiera sabido lo que sé ahora). Uno de los tantos mendigos que decoran las calles londinenses despertó mi compasión; extraje una moneda de cinco peniques y la inserté en la ranura de su pecho.

- Dios lo bendiga, Ser!

Mientras me alejaba, una melodía metálica proveniente de un mecanismo de relojería inserto en su anatomía comenzó a dejarse oir. La tonada me remitió inmediatamente a Moldavia y Bohemia, y tal vez porque mi mente siguió viajando hacia el este, volvió a ella el profesor Azblanazi. Pensé que ya faltaba poco para que la aguja mayor del Big Vent (puede verse desde cualquier punto de Londres) diera su paso anual de un grado, con lo cual ya serían poco más de diez inviernos desde la Guerra, cuando las
tropas de Su Majestad se abrieron paso por las actuales colonias Báltico-Siberianas. Nuestros temibles cañones de vapor no se dejaron intimidar ni por las rudas tropas cosacas ni por el inclemente invierno. Habría participado Azblanazi de aquellas batallas? Tal vez sus modificaciones protésicas fueran...

En la oficina me encontré con ciertos quehaceres inesperados que me mantuvieron ocupado toda la mañana, de forma tal que me sobresalté cuando un pitido me anunció que un visitante me aguardaba en el vestíbulo. Fui al encuentro de Azblanazi y si bien lo recibí con suma cordialidad, preferí mantenerlo alejado de mi oficina. Lo invité a una sala reservada de lectura en la Biblioteca, le convidé un brandy, prendimos unos cigarros y nos sentamos, enfrentados, en cómodos sillones. Permanecimos unos instantes en contemplación; fue él quien rompió el silencio.

- Lo que voy a revelarle no es de conocimiento público y no debe salir de esta sala. Deberá comprender si no soy completamente abierto con usted y omito ciertos detalles. Si poseo esta información es sólo por tener contacto muy cercano con algunos miembros de Scotland Yard..

Encontré todo esto sumamente sospechoso; por qué habría de tener Azblanazi tales contactos? Sea como fuera, estaba intrigado. Asentí con la cabeza y prosiguió.

- Desde que el Prince Albert amarrara en la aeroestación de Whitechapel, el East End se ha visto sacudido por una sucesión de.... -se detuvo unos instantes mientras medía las palabras- hechos, generalmente violentos, tan horrorosos como desconcertantes.

- El East End está infestado de gente horrible, generalmente violenta y de modales desconcertantes.

Azblanazi, seguramente abstraído en su relato, hizo caso omiso a mi comentario.

- Scotland Yard está haciendo lo imposible por mantener estas noticias afuera de los periódicos, de lo contrario puedo garantizarle que todo Londres entraría en pánico. No puede ser más que una coincidencia, pero es como si los sobrevivientes de la Expedición Willmoore hubieran traído consigo la desgracia...

En este punto sentí que me excrutaba con su mirada, su monóculo atento a cualquier cambio en mi expresión.

- De seguro usted no cree que...

- Ser William - me interrumpió en seco - Scotland Yard estaría muy agradecido si usted pudiera darnos su opinión profesional sobre estos papeles. Pertenecían a Reginald Pitts, un joven tenedor de libros que arrendaba una habitación en Whitechapel Road. Tenemos razones para suponer que fueron compuestos por su propia mano. Mr. Pitts desapareció en misteriosas circunstancias poco después de que fuera asociado con unos horrendos episodios. Estos papeles pudieron ser salvados de las llamas que consumieron su habitación.

Tomé la pila que el Profesor Azblanazi me ofrecía y los llevé hacia un escritorio. Extendí el brazo telescópico del quinqué para alumbrarme mejor y dispuse los papeles sobre la mesa. Constituían una suerte de plano o esquema, de características y propósito indescifrable. Contemplar ese entramado de trazos indebidos fue sumergirme en un abismo de contornos atroces; el vértigo me produjo náuseas. Imposible era
reconocer ninguna forma, ni describir aquello en términos de figuras familiares (es posible siquiera hablar de "formas" al referirse a aquella abominación?). Se equivocaría el lector si pensara que se trataba de un sinsentido, trazos dejados al libre mover de la mano, la obra de un loco o un poseso. Aunque incategorizable, se dejaba traslucir cierto orden, primal y perverso; un fin último a todas luces nefando, una esencia fría y viscosa como las entrañas de un reptil. Había algo en lo que llamare "proporciones" (aunque el término es incorrecto, pues no había tal cosa como "partes") que producía una instintiva repulsión. La voz del profesor me rescató del descenso y me devolvió a la biblioteca, alterado para siempre.

- Diríase que no respeta ningún postulado euclidiano, no es así?

Asentí, pero fui más allá.

- Es acaso posible concebir esta... - no encontré la palabra, pero no me detuve - Es  posible hacerlo sin poner atrás cincuenta siglos, cien siglos de... Es posible siquiera  imaginar la posibilidad de esto sin haber renunciado ya a ser parte de la continuidad de nuestra especie?

Azblanazi pareció no escucharme.

- Ser William, y qué opina de esto?

Su índice de bronce señalaba unas inscripciones rúnicas en el extremo de una de las hojas; hasta ese momento, no había caído en la cuenta de ellas. Las examiné en detalle. Eran decididamente extrañas, de una cultura sin duda desconocida. Y sin embargo, supe que no era la primera vez que veía aquellos repugnantes signos. Recordé ciertos pasajes del libro infame de ese árabe loco, Abdul Alhazred. Un sudor frío recorrió mi espalda: no era acaso ésta una obra cuyos delirios referían a una raza de Antiguos?

Me acerqué al ventanal buscando recomponerme. Encontré el cielo anormalmente oscuro para esta hora de la tarde. Tenían las nubes un tinte verdoso? No, no es posible. Un temporal inflamado sacudía ahora los árboles. Miré mi copa vacía de brandy, era la segunda. Eso debía explicarlo, sin duda, pues no era posible sino que escuchara al viento susurrar, casi entre dientes: R'lye zkrtywe. Per'hn knphfle, Kthulu m'nyfigkha.


--

Reclame en el próximo ejemplar del Morning Post otro fascículo de los reveladores "Mótivos del malestar del mundo", así como el siguiente tomo de esta aterradora historia.


Tomo IVa - "De Rusia con amor". Nuestro héroe comparte un ejemplar del infausto libro  con Azblanazi para luego descubrir que no es quién dice ser. Si no es para Scotland Yard,  a quién sirven estas revelaciones?

Tomo IVb - "El extraño mundo de Jack". Los horrores del East End amenazan con  estallar en la prensa independiente. Un supuesto asesino serial asolando prostitutas  probará ser un eficaz señuelo, pero por cuánto tiempo?

Tomo IVc - "Un detective suelto en Whitechapel Road". Higgs y Azblanazi se unen al agente  Smith, de Scotland Yard, y junto con Butch, su desopilante perro de hojalata, recorren las calles del East End para cumplir una importante misión.