miércoles, 22 de agosto de 2012

Tomo VII - Mi monóculo izquierdo

Todos nos encontrábamos abatidos mientras el carruaje surcaba las brumosas calles londinenses como un navío etéreo. El día había sido largo, y lo que habíamos experimentado después, evadía todo intento racional de ser situado en un tiempo, o peor aún para mi rigurosa mente de ciencias, en un espacio.

- Leng - dije casi para mi mismo y luego en voz alta: - Usted llamó al desierto el país de Leng.

Azblanazi, que rumiaba sus propios pensamientos, despertó de sus cavilaciones.

- Ciertamente, Ser.

- Pero verá usted, Profesor. Los mitos ubican Leng en el Asia Central... eso es a medio mundo de distancia de nuestra amada Albión... ¿cómo explica usted eso?

Azblanazi tomó su tiempo en responder, como si sopesara en su mente lo que podía o no decirme. El agente Smith levantó la cabeza, miró con aire estúpido a su alrededor y cuando reconoció su paradero volvió a dormirse contra el respaldo de cuero negro. El tratamiento mesmérico lo había agotado.

- Lo que ha visto no es nada, - me dijo Azblanazi repentinamente. - Esa puerta es sólo una muestra de los desesperantes límites en que se halla sumido nuestro infantil conocimiento de las terribles fuerzas con las que nos enfrentamos... Una vez que lleguemos a mi despacho le mostraré documentos, documentos confeccionados con la más rigurosa veracidad científica, Ser, que pondrán sus pelos de punta... Toda Britania está convencida de que la guerra del Báltico se libró contra las huestes del Zar Alejandro, y en gran parte ese fue el velo perfecto. El estruendo de los cañones tapó el chirrido de otra maquinaria infinitamente más espeluznante. La verdad, Ser, es demasiado frágil como para ser de público conocimiento.

Observé el libro en mis manos que venía aferrando como si se tratara del más profano tesoro, y surqué con la yema de mis dedos el rostro irreconocible de una piel que, ahora estaba seguro, había sido humana una vez. En otra situación, hubiera desestimado la vehemencia del Profesor como charlatanería. Pero ahora, luego de las experiencias vividas, había en mi intelecto una rendija. Un resquicio de duda, suficiente espacio como para desgarrarse bajo la presión adecuada y dejar caer la gruesa cortina que había considerado hasta ahora el valuarte impenetrable de la razón. Había cosas en el mundo que nuestro conocimiento no podría llegar a captar, así como la copa de cristal no puede pretender contener el océano sin hacerse añicos al instante. Lo que había visto, había sido suficiente como para cambiar mi percepción de ese modelo endeble que llamamos "realidad". Comprendí que Azblanazi nos estaba reclutando, pero lejos de resistirme me amoldé de inmediato a mi nuevo Ego. Mi nueva identidad no declarada. Esta claridad y mi firme decisión, sin embargo, no pudieron prepararme para lo que ocurriría luego.

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Intentaré describir los eventos de esa noche de la forma más fidedigna posible. Si es que hay algo de fidedigno para la vigilia en los filamentos que tejen los sueños. Sí, ahora lo comprendo. Los sueños son la cárcel en que nuestra mente encierra aquellas verdades que nuestra cordura no podría soportar. Los horrores que se filtran ante el ojo de nuestra razón, a plena luz del día. Aunque para detrimento de mi propia cordura, puedo asegurar que los eventos de esa noche no fueron bajo ningún aspecto de materia onírica, sino tan reales como el papel y la tinta que tienen ahora entre sus manos. Los describiré ahora, aunque la sola evocación de estos recuerdos me agobie, ya que temo que en un tiempo mi mente haya cicatrizado y su sola insinuación se encuentre sepultada bajo decenas de estratos más mundanos y menos perturbadores.

Llegamos ante las puertas de la Străjer Manor, la mansión londinense del Profesor Azblanazi. Dos grotescas cabezas de bronce incrustadas en el ébano negro ahuyentaban con su sordo grito a los espíritus malignos que quisieran ingresar a la morada. Una superstición irónicamente inútil, ahora que lo pienso. El mayordomo mecánico nos recibió cortésmente, pero a partir de que pusimos un pié en la mansión todo comenzó a... ¿borronearse? Como si hubiéramos sido inducidos de a poco en el efecto de un potente narcótico. No recuerdo cómo llegamos al estudio, pero lo cierto es que una vez ahí todo ocurrió... no podría decir "rápido", ya que el tiempo nuevamente no parece jugar un factor importante o mensurable en estos acontecimientos. A falta de una mejor forma de describirlo (y van a tener que disculpar de ahora en adelante mis metáforas) ocurrió con la cadencia de una avalancha de lodo, una masa hirviente e irrefrenable, que de forma elástica e imperturbable no puede ser desviada ni detenida.

En la habitación nos esperaba algo, o alguien. Nunca lo sabré con claridad. Disculpen si doy rodeos pero mi propia razón se resiste a relatar estos acontecimientos y me hunde en metáforas y detalles inocuos cuando intento describirlos. En el estudio cubierto de libros, en un sillón de cuero rojo y frente a una charola de plata con una taza, una tetera de porcelana china y bizcochos recién horneados, nos esperaba ESO. Al ponerse de pié, su apariencia humana comenzó a desgranarse con cada lento pero inexorable paso que daba hacia nosotros, como una máscara reseca que se descascara con el viento. No puedo siquiera describir el terror que me embargó en ese instante. No. Mi intento por describir sólo la sensación ya me comienza a provocar palpitaciones, aún ahora, mientras escribo estas palabras. Trataré de apelar a mi intelecto en lugar de mis recuerdos. Su rostro era como un vacío inefable, un pozo sin fin, del que emanaba... ¿Humo? Sí, esa es la palabra que decidí que usaría. Pero esa sustancia vomitiva haría ver al humo como el más noble mármol por comparación. Y más que emanar creo que debería usar la palabra "desplegar". Su figura se iba desdoblando ante nuestros ojos, al mismo tiempo que avanzaba, y describiendo órbitas demenciales en las volutas y los remolinos podían distinguirse un millar de facciones agonizantes de criaturas no humanas que harían palidecer a cualquier escultor renacentista...

Tengo la firme convicción de que ni mi corazón ni mi razón hubieran soportado el más leve contacto con ese... horror... de proporciones inconmensurables para la razón humana. Y no estaría en este momento escribiendo este relato si no fuera por el Profesor Azblanazi, a quien honra todo Albión le debe, más como todo verdadero héroe él lo disimula en silencio. Me pregunto ahora cuantas otras veces  habremos estado al borde de tan inminente peligro... Pero ya desvarío nuevamente. Disculpen mis intentos por evitar otra vez describir los acontecimientos con la rigurosidad que se merecen.

Debo volver atrás en mi relato, pues mi mente, como polilla a la llama, me dirige hacia los recuerdos que forjaron mi liberación. Detrás del monóculo de Azblanazi ya brillaba el rojo profundo de la moderna caldera de vapor aún antes de entrar a la fatídica recámara. Ahora lo reconozco. Sí. En eso mi mente no me engaña. Azblanazi sabía lo que enfrentaríamos antes de atravesar el umbral, antes de morder el anzuelo de esa trampa mortal. Su bastón mutaba mientras caminábamos, emitiendo pitidos, rechinando engranajes y reacomodando placas hasta tomar la forma de un violín de aspecto demencial. Con el primer paso de... eso... el arco en su mano prostética emitió el primer ataque al instrumento, extrayendo de sus profusiones vaporosas una cacofonía indescriptible de coros, silbidos, rasguidos, vibraciones y engranajes que bien podrían haber sido todas las orquestas y fábricas de la gloriosa Albion en simultáneo... Mi limitado cerebro no me permite ahora (ni me permitió entonces) poder describir las melodías, pero puedo asegurar que intentar recordar una de ellas sería como tratar de describir con un sólo hilo el gran tapiz persa que viste la recepción del Palacio Real.

Mientras la ¿criatura? avanzaba, la melodía crecía, tanto en intensidad como en complejidad. Luego de unos ¿segundos? Smith yacía en el piso inconsciente. Como si esa fuera la única respuesta posible ante tal desmesurado ataque a los sentidos, emprender con premura la retirada y refugiarse en la nada. No puedo precisar el momento en que perdí la consciencia, pero sí puedo decir que no fue ni un minuto más tarde de lo que hubiera deseado...

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Desperté en ese mismo estudio, con mi cabeza a punto de estallar. El mayordomo mecánico me acercó una taza de té que rechacé con asco. Sentí que podía vomitar hasta darme vuelta como un guante, expeliendo mis entrañas con violencia.

- Tome la infusión -. Era la voz del Profesor. - Son hierbas curativas del Perú. Lo ayudarán a reponerse de su malestar.

Forcé un trago de la sustancia contra mi voluntad, había algo en la voz de Azblanazi que hacía que confiara en él ciegamente, aún más que en mi mismo. Retuve la arcada y el segundo sorbo fue, para mi sorpresa, bastante menos tortuoso.

El agente Smith se encontraba sentado en otro sillón, la mirada perdida en el infinito, la taza de té todavía humeante en su mano. Estuvimos así largo rato, no podría decir con exactitud cuanto, pero bastante cercano a la hora (el tiempo había cobrado sentido nuevamente). Cuando las náuseas cedieron,  terminé de incorporarme y Azblanazi habló nuevamente. No hacía falta vocalizar las preguntas que todos nos estábamos formulando.

- El... visitante... se presentó ante Engranes como "Azathoth". Una declaración bastante ominosa, por cierto, porque si realmente el Dios ciego hubiera despertado por completo, el mundo como lo conocemos habría dejado de existir en un instante... No. Tomemos ese nombre como una terrible advertencia. Eso que vieron, señores, eso no era más que la punta de la uña del dedo meñique del verdadero HORROR que amenaza nuestro mundo... Un breve parpadeo de la maldad milenaria y el terrible propósito que no tiene más objetivo que la completa y total destrucción de todo lo que conocemos. Las barreras que separan este mundo y otros se han debilitado hasta ser extremadamente frágiles, permeables, podríamos decir. Nos enfrentamos a una fuerza contra la que estamos en una abrumadora situación de desigualdad...

Azblanazi interceptó mi siguiente pregunta antes de que la formule.

- Ante estas fuerzas tan ominosas, me temo, no tenemos ningún prospecto de victoria. No más que el de una docena de hormigas contra el terrible Leviatán... Sin embargo, el pasaje de estos terrores a nuestro mundo no es un hecho fortuito. No. Existen agentes en este mundo, nuestro mundo, que están facilitando estos intercambios. Atrayendo. Abriendo rendijas. Fortaleciendo. Despertando... La destrucción de esos agentes, Señores, contra los que sí nos hallamos en igualdad de condiciones, es de suma importancia y nuestra única esperanza de prevalecer. El Culto está más activo que nunca, y es el momento de erradicarlo por completo, o perecer.

- Pero si estas son las armas del enemigo, ni el Scotland Yard posee medios para enfrentar lo que hemos visto - dijo el agente Smith, que había permanecido en cuasi-shock desde el episodio del Museo. Ahora parecía haberse espabilado.

- No, - respondió Azblanazi. - Pero hay otros que sí. Engranes, - agregó y todos miramos al hombre de hojalata - ¿qué opinión te merece Sah Azathoth?

- Un hombre reservado, Masa. Todavía no comprendo porqué se retiró de forma tan apresurada.

Todos observamos con cierta incredulidad, pero comprendiendo al instante. Volví a mirar a Azblanazi, su monóculo izquierdo, su mano prostética... Ahora comprendía la verdadera razón de sus prótesis de vapor. Azblanazi no había sufrido un accidente, la humanidad había sufrido un accidente, y Azblanazi había decidido sacrificar parte suya para salvarla. Su entrega me hizo sentir admiración y vergüenza.

- ¿Y ahora? - añadí. Azblanazi sonrió. No hacía falta hacer nuestro juramento en voz alta. Ya estaba pronunciado.

- Hay mucha información en mi biblioteca, Ser. Información recopilada de mis últimas campañas. Documentos realmente antiguos que sólo usted podría llegar a descifrar. No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a tales horrores, y la historia puede enseñarnos algo. Ygghador resultó ser un fiasco, pero no es nuestra última esperanza. Ahora que hemos presenciado el horror en carne propia, conozco una persona que debe ayudarnos. Aunque debamos primero dejar de lado nuestras rencillas personales... Ser Charles Babbage.

- ¡Masa Babbage! - exclamó Engranes.

- Creí que nunca iba a decir esto - dijo el agente Smith taciturno - pero hay una tercera fuerza que no debemos menospreciar. Juré nunca hablar de esto, pero la situación lo amerita. Yo he visto con mis propios ojos y puedo conducirnos al Gurushi Matzaná Baaba Drumaguptra, el Gran Vegano, Sabio de los Recicladores, Maestro de los Equilibrios Naturales, Sagrado Tantra del Chacra del Ojo Tuerto del Buddha.

- ¿Aquí en Londres? - pregunté casi sin pensar.

- No - respondió gravemente - En la comunidad secreta de Shangri-Lawn, en lo profundo de los Himalayas...

Tanto Azblanazi como yo lo miramos con un dejo de condescendencia, y otro de incredulidad.

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Nuestro equipo de salvadores de la humanidad, guerreros de la esperanza, seductores de doncellas y domadores de horrores cósmicos, sigue su apasionante aventura en nuestro próximo episodio denominado:

Tomo VIII-a - "El camino de la sabiduría": donde Ser Higgs rescata de una oscura ceremonia cultista a una damisela cuyos atributos podrían poner en jaque a los más abyectos horrores dimensionales.

Tomo VIII-b - "El camino de la ciencia": donde el Profesor Azblanazi descubre que Ser Charles Babbage, el renombrado Mecanicista Imperial, está un poco más loco que la dosis imperial diaria recomendada.

Tomo VIII-c - "Yo camino el camino del Camino, y ahora todos caminemos por el mismo camino": donde Smith arrastra a todos los personajes a una aventura en los Himalayas, en un viaje de iluminación, hongos, fiestas rave y ecología.