lunes, 23 de julio de 2012

Tomo IV - Un detective suelto en Whitechapel Road

Estaba a unas 5 calles de la estación de policía cuando escuché el inconfundible pitido del Big Vent. Sabía que daba las 7, y sin embargo no pude evitar elevar la cabeza para mirar las agujas, que se encontraban, previsiblemente, en su sitio. La torre pitó de nuevo y expulsó un chorro de vapor, como si respirara en esta fría mañana de invierno. Me sujeté el sombrero con la mano y apuré la marcha.

- Smith, 3 minutos pasadas las 7, pensé que no llegarías! - me dijo el jefe Bishop que ya me esperaba en mi oficina.
- Lo siento jefe - respondí mientras colgaba mi sombrero al lado de la puerta.
- Vamos, estaba bromeando. Tu puntualidad no es algo de lo que pueda quejarme. Una mala noche?
- Tendré que revisar el despertador - mentí. Fue la tercer noche seguida de pesadillas, tan horribles que me cuesta describirlas. Londres devastado bajo un cielo de un color enfermo, iluminado por estrellas en llamas. Hombres y mujeres, presos de una demencia espantosa, sometidos a horrores innombrables. Se me hiela la sangre de tan solo pensar que tuve estos sueños.
- Bien, podrás comprar otro en el East End, porque te estoy enviando allá. Hay un asesinato que debes ver.
- Necesitamos investigar cada ajuste de cuentas entre hampones, inmigrantes y buscavidas?
- En este caso un simple reporte no será suficiente. La orden viene de arriba, parece que el Special Branch está interesado en este asunto. Tal es así que un Profesor Azblanazi y un colega, Ser William Higgs, también fueron convocados. Estarán esperándote en la oficina del constabulario. Manténme al tanto - y dando unos golpecitos a mi mesa, se retiró de la oficina.

Del Ser Higgs sólo había escuchado el nombre, y del profesor ni siquiera eso. Abrí mi maletín, extraje a Butch, le di cuerda y lo dejé sobre el suelo. Inmediatamente empezó a mover la cola y me miró con sus ojos brillantes.

- Butch, has que me envíen por el pistón de correos todo lo que tengan del Profesor Azblanazi y de Ser William Higgs.

Al instante, Butch se acercó al tubo de correos, abrió la tapa con el hocico y emitió una serie de ladridos mecánicos. La tapa se cerró automáticamente y a los pocos minutos, directamente desde el Banco Imperial de Datos, llegó un pistón con la información que había pedido. Anteriormente la gente se conformaba con perros mecánicos que servían solamente para coger el periódico, traer las pantuflas y hacerle compañía a las mujeres en el hogar. Los nuevos perros inteligentes (así los llamaban) eran mucho más capaces. Podían enviar y recibir pistones de correo, como recién había hecho Butch, recordar nombres y direcciones, e incluso navegar en pilas de reportes buscando la información deseada. Los más avanzados (y más costosos) podían tomar fotografías para ser luego enviadas mediante pistones.

Ganaría algo de tiempo leyendo el informe en el camino, así que guardé el pistón en mi abrigo, volví a ponerme el sombrero y le silbé a Butch para que me acompañara. Tomé el tren neumático, que estaba en marcha nuevamente luego del accidente de Knightsbridge. Los ingenieros aún estaban investigando por qué el vapor a presión, que normalmente empuja al tren a través del tubo, perforó uno de los coches y cocinó a las pobres almas que viajaban dentro. La imagen me recordó una de las pesadillas y me estremecí.

Mejor sería pensar en otra cosa, así que cogí el pistón, desenrosqué la tapa y extraje el informe. Ser William Higgs se desempeñaba como director del Museo Trans-Británico desde hacía 12 años, y durante su dirección lo había nutrido de los más preciados artefactos proto-atlánticos. Nacido en el seno de una familia aristocrática, doctorado con honores en Oxford, enseguida llamó la atención de la comunidad científica con su tesis, "Del funcionamiento y construcción de las Máquinas Mecánicas de Anthykera". Este trabajo abrió las puertas a la tecnología pre-Atlante y revolucionó la industria mecánica. Condecorado repetidas veces por Su Majestad, repartía el tiempo entre su mansión en Londres, una casa de campo en Canterbury y, más que nada, diversas excavaciones a lo largo y ancho del Imperio. Leí muy por arriba la extensa enumeración de artículos científicos publicados él, dado que de todas formas no lograría comprenderlos.

El informe del Profesor Azblanazi era en cambio bastante más escueto. Originario de un pueblo remoto en Persia, inmigró al Imperio cuando niño. Al cumplir la mayoría de edad se alistó en el ejército y recibió un título de profesor en Astronomía y Navegación de la Academia Imperial de Artes de la Guerra. Participó en diversas campañas en el Báltico, Rusia y Siberia, sin nada más destacable que una breve estadía en un hospital militar en Azerbaján y algunas promociones negadas. Dedicó los últimos 15 años a la enseñanza de la astronomía en la Academia. Me resultaba extraño, por no decir sospechoso, que hayan emparejado a un científico de renombre como Higgs con un extranjero tan poco interesante como Azblanazi. Me intrigaba aun más saber qué podrían aportar a la Scotland Yard sobre un simple asesinato en el East End.

En la oficina del constabulario me informaron que Ser William y su compañero habían partido hacía unos minutos a la escena del crimen. Le di cuerda nuevamente a Butch y pedí a un joven oficial que me llevara hasta allí. Nos dirigíamos al centro mismo del barrio oriental. Cientos de carteles anuncian tiendas de todo tipo que ocupan la planta baja de los edificios, y la mayor parte de la acera durante el día. Los pisos superiores están superpoblados por familias de chinos y siameses, en su gran mayoría trabajadores de las fábricas que rodean el vecindario. Al final de la calle se podía ver la inmensa factoría de Ser Stephen Workcz, coronada con el inconfundible escudo de unicornio presente en todos los productos que salen de allí. Workcz, industrial de origen polaco, produce los perros inteligentes más codiciados. Sus mecanismos son de una precisión tan delicada que la fábrica únicamente emplea niños y mujeres jóvenes, quienes trabajan hasta el cansancio antes de que sus pequeñas manos crezcan demasiado.

Finalmente llegamos a la puerta de un hotel y subimos los escalones hasta el 3er piso. Lo que encontré ahí me perturbó de inmediato. Un oriental yacía en suelo en una pose grotesca. Su cara presentaba una expresión terrorífica: la boca abierta, los músculos tensos, y los ojos completamente negros, como si el alma hubiera utilizado cualquier orificio para escapar. El cuerpo, desnudo, estaba recubierto de símbolos extraños. Arrodillado a su lado se encontraba quien deduje era Azblanazi, anotando frenéticamente lo que veía en una libreta. Ser Higgs, por su parte, estaba estudiando unos símbolos aún más extraños que recubrían las paredes de la pequeña habitación. A primera vista parecían haber sido pintados con la sangre del pobre miserable.

- Profesor Azblanazi, permítame presentarme, soy el Investigador Smith.
- Mucho gusto - respondió, sin levantar la vista ni dejar de llenar de garabatos las hojas de su libreta. Evidentemente la cortesía persa era muy a la británica, así que me dirigí a Ser Higgs.
- Ser William Higgs, soy el Investigador Smith, de la Scotland Yard. Un gusto conocer a un científico de renombre como usted.
- Oh, no diría que es para tanto, Sr Smith, pero agradezco el cumplido. Qué le parece todo… esto?
- Normalmente diría que algún prestamista vino a cobrar su dinero, no encontró lo que quería, y dejó un mensaje al resto. O tal vez algún ritual, la gente del lejano oriente es algo extraña, y sus prácticas religiosas primitivas a veces se salen de control. Habría cerrado el caso arrestando a algún vagabundo, pero estas inscripciones son realmente desconcertantes y perturbadoras. No soy experto en los idiomas de esta gente, pero no reconozco el idioma… tal vez algún dialecto?
- En mi juventud estudié profundamente las culturas de oriente, y tampoco comprendo estos símbolos. Parecen ser runas nórdicas, que he visto anteriormente, y sin embargo…

Los ladridos mecánicos de Butch interrumpieron a Ser Higgs. El perro de hojalata estaba bajo una mesa, sus patas delanteras retraídas y su hocico de bronce golpeando una de las maderas del piso.

- Qué pasa Butch? Encontraste algo muchacho? - pregunté innecesariamente. Butch siempre se comportaba así cuando encontraba algo interesante. Mirando el piso de cerca adiviné el contorno de una trampilla. El perro había dejado de moverse, así que le di cuerda nuevamente.

- Ábrela.

El perro utilizó el borde de su pata de metal como palanca y la trampilla se abrió. Saqué un libro de cubierta extraña, de un negro pálido y profundo. Inmediatamente Azblanazi se puso de pie y me quitó el libro de las manos.

- Disculpe, Sr Smith.

No lo había notado hasta ese momento, pero el profesor tenía algún tipo de monóculo permanente en su cara. Mientras inspeccionaba el lomo del libro ajustó el extraño lente, con una mano de metal nada menos! Podía ver algo distinto a lo que nosotros veíamos? Había un ojo detrás de ese monóculo? Cuánto maquinaria se había apoderado de ese cuerpo, cuánta humanidad quedaba en su ser? Azblanazi se dirigió al oficial que me había acompañado al hotel, quien estaba esperando pacientemente en la puerta de la habitación.

- Oficial, puede puede decirnos qué entiende de las primeras páginas de este libro? - dijo Azblanazi, ofreciendo el libro al joven.

El pobre hombre abrió el libro e inmediatamente algo en su cara cambió. Las pupilas se ausentaron de sus ojos, y estos se oscurecieron, dándole un aspecto terrible. Sus manos comenzaron a temblar y una fría presencia ocupó la habitación. Dando el grito más horroroso e inhumano que haya escuchado en mi vida, me arrojó el libro a la cara con tal fuerza que me tumbó al piso. Mientras mi vista se enrojecía (evidentemente estaba sangrando) logré ver como el oficial salió disparado hacia la ventana, la cual atravesó de un salto rompiendo los vidrios. Butch saltó detrás de él.

Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento es al Profesor Azblanazi arrodillado a mi lado, estudiándome con ese infernal monóculo.

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Como siempre, junto con las últimas noticias de la Guerra en las Colonias de Jerusalém, una nuevo capítulo de esta increíble historia de ciencia, superstición y mecánica.

Tomo V-a "Esto es el Barrio Chino": Butch, junto a su nuevo amo Ser William Higgs, persigue al lunático oficial por las calles del barrio oriental del East End.

Tomo V-b "Al servicio de Su Majestad": el diario del misterioso Azblanazi revela quién es realmente, el por qué de sus conocimientos astronómicos y su verdadero rol en la Guerra de Siberia.

Tomo V-c "Transbritania": el oficial Smith despierta en la biblioteca del museo Trans-Británico, en donde Ser Higgs y Azblanazi intentan descifrar el contenido del libro encontrado en el East End, abriendo las puertas del museo (y de este mundo!) a lo sobrenatural.