jueves, 4 de octubre de 2012

Tomo VIII - La senda circular

- ...(ro)mper reglas... - se dijo a sí mismo, y su propia voz lo sobresaltó. Había hablado, en voz alta. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su propia voz, no así, como si fuera suya. Otros la habían usado, trató de no pensar en eso. Intentó asirse de su pensamiento anterior. "... salir de la senda circular... romper las reglas". Eso era. Sintió que algo volvía a su lugar, algo que había estado dislocado por mucho tiempo. Sacudió la cabeza para sacarse el pelo de la cara y se dio cuenta de que estaba empapado. Estaba temblando de frío.

No podía distinguir nada en la penumbra y la bruma, más que la empañada luna amarillenta. Escuchó el rugido del mar y su piel volvió a erizarse. Caminó intencionalmente hacia el lado contrario, impelido por una urgencia que no podía explicar.

Luego de un tiempo de avanzar, minutos, horas, la arena se transformó en rocas, las rocas en tierra, la tierra en hierba, la hierba en un camino. Pudo distinguir luces en la lejanía. La idea del calor y el sustento lo impulsaron a seguir adelante. Su estómago rugió con fuerza, estaba famélico.

Al abrir la puerta, las luces y el bullicio de la taberna lo aturdieron momentaneamente. Pero este último no tardó en apagarse. Cuando su vista pudo acostumbrarse a la luz nuevamente, vio que todos lo estaban observando con detenimiento.

- ¿Qué te ha ocurrido, muchacho? - dijo la que debía ser la tabernera. Dos matas desprolijas de pelo negro y grasiento caían a ambos lados de su cara rechoncha. Sus senos bailaban sobre el corset como dos fofas aguavivas en un balde mientras se acercaba hacia él taconeando con sus cortas piernas.

- ... el mar... - comenzó a decir - ... el barco... - como si intentara disipar la niebla que todavía nublaba sus pensamientos.

- ¡Un náufrago! - exclamó un parroquiano sin quitar la pipa de su boca. El bullicio se desató nuevamente, y su voz no tuvo suficiente fuerza como para emitir ningún otro sonido.

Como una bestia de carga, sin oponer resistencia, fue dirigido a otra habitación, desnudado, vestido nuevamente, abrigado, acercado a un fuego y puesto frente a un plato humeante de sopa. Sabía que debía hacer (o decir) algo, pero la iniciativa lo había abandonado. Otra dama, la del colorete y la toca rubia, tomó con paciencia su mano que aferraba estúpidamente la cuchara y le hizo llevarla a sus labios. Como si eso bastara para ponerlo en marcha, el movimiento mecánico siguió por sí solo. La sopa le calentó las entrañas. Era la mejor sensación que había tenido en mucho tiempo.

Esa noche durmió sin sueños. Y eso fue lo segundo mejor que le había pasado en años.

Permaneció durante todo el día en la cama, observando vacuamente los rayos del sol por la ventana y escuchando los amortiguados ruidos del trajín cotidiano a través de su puerta. Tuvo comida caliente, pero por más que sabía que debía decir algo a quien se la traía, no podía más que asentir levemente con la cabeza, con vergüenza. Mirar a otra persona a los ojos parecía en este momento una hazaña impensable. No hubieron preguntas ni diálogo, y agradeció eso tanto o más que la comida.

La noche lo despertó de un sobresalto. Afuera todo era bruma y oscuridad. Temblaba con un sudor frío. Se levantó conjurando todas sus fuerzas en lo que le pareció un esfuerzo sobrehumano y se acercó hacia los tizones rojos cubiertos de ceniza que quedaban en la chimenea. Se agachó y comenzó a apilar algunos leños, que pronto comenzaron a lamerse con unas tímidas llamas. El fuego lo tranquilizó. Despertó al alba, en el suelo, junto a las cenizas del hogar.


- ¡Sheila! ¡Mira quién se ha levantado! - exclamó la tabernera al verlo aparecer por el umbral. Caminaba con lentitud, pero con firmeza. Se había aseado. Era esbelto, de pelo negro y quijada fuerte. Sheila acarició un bucle rojo y le sonrió. Tenía hoyuelos en ambas mejillas, pero algo en su mirada dejaba translucir muy poca inocencia.
- Sientate, junto a mi, marinero. No muerdo... generalmente... - le dijo con una risita.
- ¿Cómo te llamas, guapo? - dijo la otra dejando de pretender que limpiaba las gastadas copas. - ¿tienes un nombre?
- Ardaiyu - respondió como si él mismo se estuviera enterando en ese mismo momento. - Gracias por... - buscó la palabra - cuidar de mí...
- ¡No es nada, guapo! - dijo la tabernera, riendo. - Las chicas se han peleado por llevar la bandeja con tu comida... mira, estas han hecho una apuesta para ver q...
- ¡Cht! - la calló la otra mientras le golpeaba el fofo brazo con el dorso de la mano. - ¡Deja de aturdirlo con tu boca floja! - y suavizando su voz agregó con tono sensual - Dime, marinero, ¿de dónde eres?
Ardaiyu se detuvo un momento. Hacía tiempo que no pensaba en eso. Recordó la planicie roja, el pasto seco, el hulular del viento, las galeras negras, los rubíes. Una biblioteca con paredes de piedra turquesa, y símbolos antiguos, bajo una estrella que se está apagando.
- Celephaïs, junto a la costa de Ooth-Nargai, frente a la ciudad de Ceranian, donde el cielo encuentra al horizonte - respondió. Y recordó perfectamente porqué estaba aquí.

- Él es el soñador, y nosotros el sueño - dijo el Gurushi Matzaná Baaba Drumaguptra dejando caer al suelo el rollo de parra y trigo burgol en que consistía todo su diario sustento. Las hierbas de oración les hacían rugir el estómago, pero sin embargo, ninguno de sus discípulos se atrevió a recogerlo.


--------------------------------------------------------------
En nuestra próxima y apasionante entrega de esta épica aventura de bíblicas proporciones, alguno de los otros 4 pusilánimes escritores se deja de joder y se digna a seguir con el maldito relato. ¿O es que debería escribirme algún otro PUTO capítulo?

¡Sigan sintonizados en este mismo blog para más revelaciones mesiánicas, pícaras damiselas, cojonudos hombres de ciencia, vapor, hongos y tentáculos gelatinosos intentando invadir nuestro frágil universo!

3 comentarios:

  1. Podemos echarle la culpa de todo a Marco. Otra vez.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dani se comprometió a escribir. Quedamos que si no da señales de vida para el lunes, sigo yo.

      Eliminar